Mario Draghi no ha solucionado la crisis del euro. El presidente del Banco
Central Europeo ha hecho lo que hacen los gobernadores de bancos centrales y
conseguido más tiempo para los políticos europeos. Su programa de transacciones
monetarias directas —"Outright Market Transactions"— es un intento de solucionar
el rompecabezas que amenazaba con destruir la eurozona: ¿cómo apoyar a los
países demasiado grandes para ser rescatados por los fondos de rescate
convencionales al tiempo que se mantiene la presión sobre ellos para que
remodelen sus economías sin la presencia de tipos de interés astronómicos.
Su solución es que el BCE sólo desplegará su poder para ayudar a países que
hayan solicitado ayuda a los fondos de rescate de la eurozona y aceptado un
programa de ajuste de la economía que probablemente estará supervisado por el
Fondo Monetario Internacional. El éxito de este programa depende ahora
totalmente de que la eurozona cumpla esta condicionalidad.
La historia es desalentadora. El BCE aún recuerda el intento de Italia de dar
marcha atrás con sus compromisos de reformas el año pasado en respuesta al
anterior experimento del banco de comprar deuda. España también aprovechó la
euforia suscitada por las operaciones de refinanciación a largo plazo del BCE a
comienzos de año para rebajar sus reformas del sector bancario y sus objetivos
de déficit. Uno de los peligros que afronta el BCE es que el anuncio del
programa OMT ya ha aportado un soporte a los mercados de deuda italiana y
española y hará que los costos del crédito de ambos países sean lo
suficientemente bajos como para que no se vean en la obligación de pedir ayuda,
con todos los costos políticos en cuanto a pérdida de soberanía que esto
conlleva.
Dado el alcance de los retos económicos de España e Italia, todo retraso en
las remodelaciones económicas en estos momentos podría suponer problemas en el
futuro.
Pero no sólo deben seguir adelante los países en crisis con las reformas si
se quiere que la eurozona tenga posibilidad de superar la crisis. La
supervivencia a largo plazo de la moneda única depende de que se complete el
mercado único europeo, donde la libre circulación de bienes, capital y personas
no sea retórica, sino real.
El Producto Interior Bruto de la Unión Europea fue en 2006 2,2% superior y se
crearon 2,75 millones de empleos más que si en 1992 no se hubiera creado el
mercado único, según estimaciones de la UE. Incluso así, el comercio
intraeuropeo de bienes sigue siendo 70% inferior al de Estados Unidos como
porcentaje del PIB, lo que refleja la mayor especialización regional de Estados
Unidos, según el organismo asesor Open Europe.
Y aunque ahora hay un campo de juego equitativo en el comercio de bienes, en
muchas otras áreas el mercado único sigue estancado, víctima de la falta de
voluntad política y de actitudes proteccionistas que suponen mayores costos para
los consumidores y las empresas.
En un área importante, el mercado único incluso ha dado un paso atrás durante
la crisis. Tras un aluvión de operaciones de concentración empresarial
transfronterizas en la última década, el mercado de servicios financieros
europeos ha comenzado a fragmentarse nuevamente: Crédit Agricole va a vender su
filial griega, Emporiki; muchos bancos están reduciendo las operaciones de
crédito transfronterizas, algo que preocupa particularmente a muchos países de
Europa del Este, cuyos sistemas bancarios están ahora controlados casi en su
totalidad por acreedores extranjeros. Los reguladores también han contribuido a
la ruptura de la actividad transfronteriza restringiendo la repatriación de
capital y liquidez por parte de bancos como Santander y Unicredit.
La creación de un supervisor bancario paneuropeo será un gran paso adelante
para revertir esta balcanización de las finanzas, que está aumentando los costos
y reduciendo la competitividad en los países en crisis. Pero es poco probable
que un banco alemán preste dinero a una empresa española solvente en los mismos
términos que a una empresa alemana hasta que haya un fondo europeo de garantía
de depósitos único, lo cual podría tardar años en llegar.
Pero hay otras áreas en las que la UE puede tomar medidas más inmediatas para
fortalecer el mercado único. Seis años después de que se acordara la Directiva
Europea de Servicios, los servicios aportan 71% del PIB total de la UE, pero tan
sólo 3,2% de esto se debe al comercio dentro de la UE, según Open Europe.
Muchos países siguen poniendo barreras a la entrada en sus mercados de
servicios, como tratamientos fiscales favorables para los proveedores locales,
requisitos de residencia para los accionistas y empleados de profesiones
reguladas o el no reconocimiento por parte de la UE de las cualificaciones
extranjeras. Mientras tanto, Europa sigue sin tener un mercado único para los
negocios digitales. El minorista online Amazon, por ejemplo, puede enviar DVD a
cualquier punto de Europa, pero sólo puede enviar archivos de MP3 a cinco
estados miembros, señala Business For New Europe, otra firma asesora. La
creación de un mercado único digital podría impulsar el PIB de la UE en 4,1%
para 2020, el equivalente a 1.000 euros por persona, según el Departamento de
Empresa, Inversión y Ciencia británico, además de facilitar a Europa la creación
de empresas del tamaño necesario para competir con las estadounidenses.
El proteccionismo sigue a la orden del día en el sector energético, donde
varias de las mayores compañías de Europa se ven protegidas por elaborados
accionariados cruzados, participaciones estatales y regulaciones locales que han
frustrado la inversión necesaria para desarrollar una infraestructura energética
paneuropea. En la última década, España libró una feroz campaña desafiando las
normas de competencia de la UE para evitar incursiones extranjeras en sus
mercados energéticos. El mercado energético francés sigue abrumadoramente en
manos de empresas nacionales. Y en lugar de vender participaciones estatales en
las energéticas italianas Enel y Eni para amortizar la deuda nacional y allanar
el camino a un mercado energético más competitivo, el primer ministro, Mario
Monti, ha transferido grandes participaciones industriales a Cassa Depositi e
Prestiti, un banco estatal que los ha utilizado como avales para pedir prestado
al BCE y comprar bonos estatales.
Gran parte de la legislación necesaria para completar el mercado único ya
está en vigor. Lo único que falta es la voluntad política, tanto a escala
nacional como europea, de aplicarla y vigilar que se cumple.
Irónicamente, suele ser el euroescéptico Reino Unido el que actúa como fuerza
motora de una mayor integración. Otros países han bloqueado muy a menudo las
reformas, incapaces de superar el reto político de conseguir un consenso con sus
socios de coalición, los gobiernos regionales, los sindicatos y los
trabajadores. Pero la eurozona necesita recurrir a todas las armas de
crecimiento con las que cuenta si quiere salir de la crisis.
Por desgracia, el programa OMT de Draghi no permite al BCE fijar las
condiciones para el conjunto de la eurozona. Pero la tarea de restablecer la
competitividad y el crecimiento europeos no recae sólo sobre España e Italia.
Todos y cada uno de los 27 miembros de la UE deben hacer lo que les corresponde.
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